Si te gustó los Capitanes Intrépidos de Kipling, esta historia no te dejará dormir.
Abandonados al capricho de un cielo sin resquicio azul, invadido de nubes preñadas de aguas diluviales, aquella tarde de otoño gélida el abuelo y el nieto quedaron aislados en la cabaña; sin más lumbre que la del enorme hogar de la chimenea y pertrechados de una despensa capaz de alimentar a una familia de vikingos durante un lustro. El ambiente, propio de un cuento de Dickens o una novela de Poe era propicio para un relato de la altura del que se recordó en aquel refugio de montaña, que escupía humo de leña seca y que a penas dejaba ver su interior a través de los cristales tomados por el vaho.
La tarde languidecía cuando Jimmy, cansado de apilar leña bajo el cobertizo cruzó el porche empapado y con la respiración entrecortada se dirigió a su abuelo que fumaba apaciblemente junto al ventanal:
- Abuelo he tenido una idea; ¿Qué le parece si me cuenta una historia de aventuras?
El abuelo dejó de leer aquella vieja novela que siempre le acompañaba y apuró su pipa mientras miraba absorto a través de los cristales. La propuesta del chico lo había transportado a un tiempo lejano, sembrado de emociones y que ya creía incapaz de recordar.
- Pero chico ¿qué historia te podría yo contar?- Contestó el abuelo Thomas, girando la vista hacia el suelo.
- No sé abuelo…-quedó pensativo- Madre dice que usted siempre fue un rebelde y que su pasión por las motos trajo de cabeza siempre a toda la familia- Recordó Jimmy.
- Jajaja. Así que ¿eso te ha dicho tu madre eh? Anda ve a quitarte esa ropa mojada si no quieres coger una pulmonía, mientras te prepararé un baño caliente.
- Está bien, pero ¿me contará la historia abuelo?- Insistió ansioso el chico.
- Como desees, si tanto interés tienes, no podré negarme…..
Mientras Jimmy peleaba por sacarse el frío de los huesos, el abuelo calentó café que mezcló su olor con el de la madera, barnizando la atmósfera del tinte con el que solo brillan las grandes ocasiones.
Thomas, el abuelo, abrazaba una taza de café sentado frente al fuego que iluminaba a penas su rostro y atraía inexplicablemente su atención. Parecía meditar alguna decisión trascendente. Fuera mientras tanto la lluvia había tornado a nieve, dibujando un manto blanco y el sol se había colado lejano entre el horizonte y las nubes para lanzar sus últimas brazadas de luz, que convertían la escena en un baile de reflejos sobre la nieve reciente.
Jimmy corrió junto al hogar, buscando el calor del fuego para terminar de abrigarse y descubrió al abuelo que con solemne rictus seguía evocando. Tomó asiento en el mismo suelo, sobre un crisol de pieles curtidas en países de hombres con dos espaldas y mujeres con diamantes en los ojos. Desde allí podía ver a su abuelo sentado en aquel sillón enorme que lo abrazaba como una amante con problemas de dependencia. El chico sirvió café para los dos y se dirigió a su abuelo.
- Bueno abuelo ¿porqué no me cuenta una historia de moteros? Nunca he escuchado una verdadera historia de aventuras moteras.
Thomas guardó silencio unos segundos que
dieron gravedad al crujir de la madera, sopesando finalmente la decisión que lo había tenido ocupado hasta entonces. Giró la vista hacia Jimmy y le dijo:
- Jimmy hijo, ya eres un hombre; eres capaz de ocuparte del ganado, sabes disparar, incluso has dejado de urgarte el agujero del culo y después pasarte el dedo por la nariz. Quiero decirte con esto Jimmy, que estás preparado para lo que te voy a contar. Debes saber que esta es una historia de gente peligrosa, temerarios, hombres capaces de comerse el jamón sin quitarle lo blanco. ¿Entiendes hijo?
Jimmy tragó saliva como pudo y consiguió sobreponerse a la diatriba del abuelo.
- Claro que sí abuelo, estoy listo, puedes confiar en mí, no te fallaré. Debes saber que desde hace un par de meses he dejado de confundir el colirio con la cáustica.- Asintió orgulloso el nieto.
- Muy bien Jimmy, es justo a lo que me refería. Estás listo, no hay duda.
El abuelo se recostó de nuevo sobre el gran sillón y cargando su pipa de tabaco de virginia comenzó a narrar:
“Recuerdo aquella mañana de domingo en la que el verano se despedía. Aunque apenas éramos unos novatos llevábamos muy dentro el espíritu de la aventura y el riesgo formaba parte de nuestra manera de entender la vida. Nos habíamos pertrechado con la indumentaria adecuada que da carácter a los verdaderos moteros; la ropa del lidl. Ya en la carretera nos gustaba ir siempre al límite; si la carretera marcaba 80, nuestra única obsesión era mantenernos a 75 y hasta a 76. Sí Jimmy, lo sé, puede parecer una locura y lo es, pero el hombre arrojado no entiende de reglas. En las curvas pasábamos de la verticalidad más absoluta a la friolera de 87 grados con respecto al plano del asfalto, y todo esto a velocidades casi a la mitad de la permitida. Te estoy hablando de condiciones climatológicas inmejorables; sol radiante, estrenando asfalto, peraltes exquisitos, guardarrailes protegidos, en fin una verdadera hazaña, reservada para los auténticos titanes del asfalto. Nuestro destino era la alta montaña, pero antes y para reponer fuerza paramos a desayunar como solo lo hacen los hombres rudos. No creas que éramos de tomar colacao y pan integral. Nuestro cuerpo pedía cafeína y estimulantes en grandes cantidades para afrontar semejantes hombradas; tres manchados con sacarina y tres medias con aceite y tomate. Sí hijo este era tu abuelo, un auténtico hijo de puta. Pero quedaba la arriesgada subida a la cumbre; recuerdo perfectamente como nos adelantaban niños en bicicleta y abueletes lugareños en sus motociclos cargados de viandas de la huerta, pero esta gente conocía perfectamente la zona y nosotros aun sin conocerla casi conseguíamos seguirlos. Jajajjaaaaa... como recuerdo la cara de mis compañeros; con los ojos desencajados, el sudor sobre sus prendas, haciendo sonar los claxons en cada curva, incluso echando pie a tier
ra. A mitad de la ascensión uno de nosotros, el más temerario, nos comentó que se le estaba haciendo tarde, y es que tenía que estar en casa antes de las dos porque su suegra tenía que cogerle el dobladillo de unos pantalones para el bautizo de la niña de una prima segunda de su mujer. Aunque éramos salvajes y peligrosos sabíamos que existían códigos sagrados infranqueables para todo mortal y ese era uno de ellos. Decidimos volver por otra ruta que estaba en mejores condiciones, pero como estábamos algo cansados de quemar adrenalina y aprovechando la pendiente favorable lo hicimos a pie. La gente que nos adelantaba nos pitaba y nos llamaba de todo pero teníamos asumido que vivíamos marginados, de espaldas a la sociedad. Por fin llegamos a tierras horizontales y volvimos a arrancar nuestras maltrechas máquinas que hasta el momento no habían dado síntomas de agotamiento. Aunque todos intuíamos que los regímenes a los que las estábamos sometiendo podrían traer consecuencias graves para sus mecánicas.
Todo discurría conforme a lo previsto incluso habíamos decidido tomar algún riesgo más. Preocupados por cumplir con la cita del compañero del dobladillo tomamos la decisión de ir justo al límite de las velocidades legales. Aquello fue como la trasgresión que confirmaba para siempre nuestro espíritu indómito. Habíamos hecho historia y prometimos no volver a cometer semejante temeridad, ni aún contar aquello a nadie.
A medida que caían los kilómetros, se acrecentaba en todos la sensación de que algún problema de gravedad podía ocurrir y ocurrió. En plena autopista y a tan solo 20km/h por debajo del límite, el compañero que me seguía comenzó a hacer señas luminosas, así que tomamos el primer desvío. El tercero en discordia no se dio cuenta de la maniobra, porque como era un loco y no miraba nunca los retrovisores siguió la ruta sin inmutarse por el problema, en fin otro gran cabronazo, un verdadero rutero. Mientras tanto al compañero que venía detrás de mí se le había parado la moto sin más avisos. Aquello era en definitiva lo que temíamos. Así que él como ingeniero mecánico y yo como maestro liendres comenzamos a elaborar diagnósticos diferenciales; obturación de las válvulas de escape? Puede. Fusión del núcleo cilíndrico? Puede. Fallo en de alimentación eléctrica del encendido primario? Puede…….Farta de gasolina? No, no eso no……Rotura del rodamiento precardan del sistema de transmisión? Puede. Fusión del retén de engranaje de caja de cambio? Puede. Implosión del silenoide poliorcético? Psss puede. Elongamiento endopasivo del hipotálamo epigenetico? Quizá…..A que te doy una ostia? Sí por favor.
Decidimos llamar al compañero que se había “despistado” para contarle lo ocurrido y pedirle que trajera algunas herramientas complejas de usar y algo de gasolina porque nunca se sabe. Para cuando este llegó ya habíamos agotado el extenso listado de posibilidades de avería de la moto. Así que decidimos verter los cinco litros de gasolina en el depósito y se hizo la luz, la moto volvió a la vida. Pero ¿cómo no habíamos caído antes? claro que sí, de hecho los motores de explosión hasta entonces, incluso hoy por hoy funcionan con gasolina y la gasolina se vendía en las gasolineras, que además estaban llenas de gasolina, parecía tan evidente. Pero hay que tener en c
uenta que un aventurero, un titán del asfalto, no piensa como el resto de mortales. Su mente, siempre hambrienta de experiencias inéditas, lo hace parecer un poquico retrasao.”
Así, querido Jimmy, terminó esta inquietante aventura. Y así uno consiguió reparar su moto y otro pudo cogerse el dobladillo a tiempo. “
Te ha gustado Jimmy?- Concluyó Thomas.
Jimmy quedó inmóvil mirando a su abuelo con incredulidad y grandes ojos, que se inundaron de fínisimas líneas de sangre.... y comenzó a parpadear parcialmente del ojo derecho.
Jimmy hijo, estás bien?.-
Sin mediar palabra y con cierta enajenación Jimmy tomó el atizador que estaba junto a la chimenea y acariciando la punta pidió a su abuelo que se pusiera en pie y de espaldas…….
Aquella noche el abuelo y Jimmy cenaron lomo añejo a la brasa, y Jimmy jamás volvió a escuchar una historia de labios su abuelo.
Lefakov QsN.
Abandonados al capricho de un cielo sin resquicio azul, invadido de nubes preñadas de aguas diluviales, aquella tarde de otoño gélida el abuelo y el nieto quedaron aislados en la cabaña; sin más lumbre que la del enorme hogar de la chimenea y pertrechados de una despensa capaz de alimentar a una familia de vikingos durante un lustro. El ambiente, propio de un cuento de Dickens o una novela de Poe era propicio para un relato de la altura del que se recordó en aquel refugio de montaña, que escupía humo de leña seca y que a penas dejaba ver su interior a través de los cristales tomados por el vaho.
La tarde languidecía cuando Jimmy, cansado de apilar leña bajo el cobertizo cruzó el porche empapado y con la respiración entrecortada se dirigió a su abuelo que fumaba apaciblemente junto al ventanal:
- Abuelo he tenido una idea; ¿Qué le parece si me cuenta una historia de aventuras?
El abuelo dejó de leer aquella vieja novela que siempre le acompañaba y apuró su pipa mientras miraba absorto a través de los cristales. La propuesta del chico lo había transportado a un tiempo lejano, sembrado de emociones y que ya creía incapaz de recordar.
- Pero chico ¿qué historia te podría yo contar?- Contestó el abuelo Thomas, girando la vista hacia el suelo.
- No sé abuelo…-quedó pensativo- Madre dice que usted siempre fue un rebelde y que su pasión por las motos trajo de cabeza siempre a toda la familia- Recordó Jimmy.
- Jajaja. Así que ¿eso te ha dicho tu madre eh? Anda ve a quitarte esa ropa mojada si no quieres coger una pulmonía, mientras te prepararé un baño caliente.
- Está bien, pero ¿me contará la historia abuelo?- Insistió ansioso el chico.
- Como desees, si tanto interés tienes, no podré negarme…..
Mientras Jimmy peleaba por sacarse el frío de los huesos, el abuelo calentó café que mezcló su olor con el de la madera, barnizando la atmósfera del tinte con el que solo brillan las grandes ocasiones.
Thomas, el abuelo, abrazaba una taza de café sentado frente al fuego que iluminaba a penas su rostro y atraía inexplicablemente su atención. Parecía meditar alguna decisión trascendente. Fuera mientras tanto la lluvia había tornado a nieve, dibujando un manto blanco y el sol se había colado lejano entre el horizonte y las nubes para lanzar sus últimas brazadas de luz, que convertían la escena en un baile de reflejos sobre la nieve reciente.
Jimmy corrió junto al hogar, buscando el calor del fuego para terminar de abrigarse y descubrió al abuelo que con solemne rictus seguía evocando. Tomó asiento en el mismo suelo, sobre un crisol de pieles curtidas en países de hombres con dos espaldas y mujeres con diamantes en los ojos. Desde allí podía ver a su abuelo sentado en aquel sillón enorme que lo abrazaba como una amante con problemas de dependencia. El chico sirvió café para los dos y se dirigió a su abuelo.
- Bueno abuelo ¿porqué no me cuenta una historia de moteros? Nunca he escuchado una verdadera historia de aventuras moteras.
Thomas guardó silencio unos segundos que
dieron gravedad al crujir de la madera, sopesando finalmente la decisión que lo había tenido ocupado hasta entonces. Giró la vista hacia Jimmy y le dijo:- Jimmy hijo, ya eres un hombre; eres capaz de ocuparte del ganado, sabes disparar, incluso has dejado de urgarte el agujero del culo y después pasarte el dedo por la nariz. Quiero decirte con esto Jimmy, que estás preparado para lo que te voy a contar. Debes saber que esta es una historia de gente peligrosa, temerarios, hombres capaces de comerse el jamón sin quitarle lo blanco. ¿Entiendes hijo?
Jimmy tragó saliva como pudo y consiguió sobreponerse a la diatriba del abuelo.
- Claro que sí abuelo, estoy listo, puedes confiar en mí, no te fallaré. Debes saber que desde hace un par de meses he dejado de confundir el colirio con la cáustica.- Asintió orgulloso el nieto.
- Muy bien Jimmy, es justo a lo que me refería. Estás listo, no hay duda.
El abuelo se recostó de nuevo sobre el gran sillón y cargando su pipa de tabaco de virginia comenzó a narrar:
“Recuerdo aquella mañana de domingo en la que el verano se despedía. Aunque apenas éramos unos novatos llevábamos muy dentro el espíritu de la aventura y el riesgo formaba parte de nuestra manera de entender la vida. Nos habíamos pertrechado con la indumentaria adecuada que da carácter a los verdaderos moteros; la ropa del lidl. Ya en la carretera nos gustaba ir siempre al límite; si la carretera marcaba 80, nuestra única obsesión era mantenernos a 75 y hasta a 76. Sí Jimmy, lo sé, puede parecer una locura y lo es, pero el hombre arrojado no entiende de reglas. En las curvas pasábamos de la verticalidad más absoluta a la friolera de 87 grados con respecto al plano del asfalto, y todo esto a velocidades casi a la mitad de la permitida. Te estoy hablando de condiciones climatológicas inmejorables; sol radiante, estrenando asfalto, peraltes exquisitos, guardarrailes protegidos, en fin una verdadera hazaña, reservada para los auténticos titanes del asfalto. Nuestro destino era la alta montaña, pero antes y para reponer fuerza paramos a desayunar como solo lo hacen los hombres rudos. No creas que éramos de tomar colacao y pan integral. Nuestro cuerpo pedía cafeína y estimulantes en grandes cantidades para afrontar semejantes hombradas; tres manchados con sacarina y tres medias con aceite y tomate. Sí hijo este era tu abuelo, un auténtico hijo de puta. Pero quedaba la arriesgada subida a la cumbre; recuerdo perfectamente como nos adelantaban niños en bicicleta y abueletes lugareños en sus motociclos cargados de viandas de la huerta, pero esta gente conocía perfectamente la zona y nosotros aun sin conocerla casi conseguíamos seguirlos. Jajajjaaaaa... como recuerdo la cara de mis compañeros; con los ojos desencajados, el sudor sobre sus prendas, haciendo sonar los claxons en cada curva, incluso echando pie a tier
ra. A mitad de la ascensión uno de nosotros, el más temerario, nos comentó que se le estaba haciendo tarde, y es que tenía que estar en casa antes de las dos porque su suegra tenía que cogerle el dobladillo de unos pantalones para el bautizo de la niña de una prima segunda de su mujer. Aunque éramos salvajes y peligrosos sabíamos que existían códigos sagrados infranqueables para todo mortal y ese era uno de ellos. Decidimos volver por otra ruta que estaba en mejores condiciones, pero como estábamos algo cansados de quemar adrenalina y aprovechando la pendiente favorable lo hicimos a pie. La gente que nos adelantaba nos pitaba y nos llamaba de todo pero teníamos asumido que vivíamos marginados, de espaldas a la sociedad. Por fin llegamos a tierras horizontales y volvimos a arrancar nuestras maltrechas máquinas que hasta el momento no habían dado síntomas de agotamiento. Aunque todos intuíamos que los regímenes a los que las estábamos sometiendo podrían traer consecuencias graves para sus mecánicas.Todo discurría conforme a lo previsto incluso habíamos decidido tomar algún riesgo más. Preocupados por cumplir con la cita del compañero del dobladillo tomamos la decisión de ir justo al límite de las velocidades legales. Aquello fue como la trasgresión que confirmaba para siempre nuestro espíritu indómito. Habíamos hecho historia y prometimos no volver a cometer semejante temeridad, ni aún contar aquello a nadie.
A medida que caían los kilómetros, se acrecentaba en todos la sensación de que algún problema de gravedad podía ocurrir y ocurrió. En plena autopista y a tan solo 20km/h por debajo del límite, el compañero que me seguía comenzó a hacer señas luminosas, así que tomamos el primer desvío. El tercero en discordia no se dio cuenta de la maniobra, porque como era un loco y no miraba nunca los retrovisores siguió la ruta sin inmutarse por el problema, en fin otro gran cabronazo, un verdadero rutero. Mientras tanto al compañero que venía detrás de mí se le había parado la moto sin más avisos. Aquello era en definitiva lo que temíamos. Así que él como ingeniero mecánico y yo como maestro liendres comenzamos a elaborar diagnósticos diferenciales; obturación de las válvulas de escape? Puede. Fusión del núcleo cilíndrico? Puede. Fallo en de alimentación eléctrica del encendido primario? Puede…….Farta de gasolina? No, no eso no……Rotura del rodamiento precardan del sistema de transmisión? Puede. Fusión del retén de engranaje de caja de cambio? Puede. Implosión del silenoide poliorcético? Psss puede. Elongamiento endopasivo del hipotálamo epigenetico? Quizá…..A que te doy una ostia? Sí por favor.
Decidimos llamar al compañero que se había “despistado” para contarle lo ocurrido y pedirle que trajera algunas herramientas complejas de usar y algo de gasolina porque nunca se sabe. Para cuando este llegó ya habíamos agotado el extenso listado de posibilidades de avería de la moto. Así que decidimos verter los cinco litros de gasolina en el depósito y se hizo la luz, la moto volvió a la vida. Pero ¿cómo no habíamos caído antes? claro que sí, de hecho los motores de explosión hasta entonces, incluso hoy por hoy funcionan con gasolina y la gasolina se vendía en las gasolineras, que además estaban llenas de gasolina, parecía tan evidente. Pero hay que tener en c
uenta que un aventurero, un titán del asfalto, no piensa como el resto de mortales. Su mente, siempre hambrienta de experiencias inéditas, lo hace parecer un poquico retrasao.”Así, querido Jimmy, terminó esta inquietante aventura. Y así uno consiguió reparar su moto y otro pudo cogerse el dobladillo a tiempo. “
Te ha gustado Jimmy?- Concluyó Thomas.
Jimmy quedó inmóvil mirando a su abuelo con incredulidad y grandes ojos, que se inundaron de fínisimas líneas de sangre.... y comenzó a parpadear parcialmente del ojo derecho.
Jimmy hijo, estás bien?.-
Sin mediar palabra y con cierta enajenación Jimmy tomó el atizador que estaba junto a la chimenea y acariciando la punta pidió a su abuelo que se pusiera en pie y de espaldas…….
Aquella noche el abuelo y Jimmy cenaron lomo añejo a la brasa, y Jimmy jamás volvió a escuchar una historia de labios su abuelo.
Lefakov QsN.
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