sábado, 4 de diciembre de 2010

FUNESTO ESPECTÁCULO EN EL TEATRO DE UTRERA

.....los guitarristas se perdieron en melismas futiles y vanidosos caracoleos, que sembraron el bostezo entre el respetable y dieron al traste con el espectáculo, convirtiéndolo en un ejercicio tecnicista de una pretenciosidad insufrible cuyo último fin era el lucimiento particular. La rivalidad creciente entre ambos artistas generó en un primer momento la marginación más dolorosa de la cantaora, que impotente veía como sus acompañantes no respetaban tonos ni ritmos con los que inspirarse. Al poco aquel esperpento degeneró en un tet a tet en el que se sucedían las réplicas al toque de ambos músicos que vestían cada actuación de exornos arreglísticos y florituras barrocas fuera del más mínimo decoro. La cantaora a penas mantenía la sonrisa y en vano trataba de llamar al orden con golpecitos de codo o lanzando precisos punterazos a los tobillos temblorosos de los guitarristas. Ni cuando ésta hundió el tacón de su zapato en la guitarra de uno de los tocaores, éstos salieron de aquel trance. Así fue que la artista abandonó el escenario visiblemente confundida y el público quedó mudo, expectante al desenlace de semejante despropósito. Nadie en el teatro que estuviera despierto era capaz de explicar aquello. Mientras, las réplicas habían alcanzado una complejidad que exigía de inhumanas contorsiones en las falanges al punto de imposibilitar la práctica por la maraña en que quedaban frenados los dedos y las cuerdas. Las poses, poco ortodoxas, que ambos acabaron por desarrollar llevaron a imágenes grotescas como la de la cabeza del guitarrista apoyada sobre la silla y el mastil de la guitarra saliendo de su entrepierna, o tener que hacer uso del pie deerecho para conseguir trémolos vertiginosos.De repente ocurrió algo que vino a abundar en lo surrealista de la escena. De entre bambalinas salió como un rayo un joven armado con su guitarra y que hasta entonces había estado presenciando el duelo. Aprovechando un silencio en las réplicas comenzó con algunas escalas piojosas y ridículos acordes que no duraron más de unos segundos. El guitarrista del zapato clavado en su instrumento lo sustrajo y hundió el tacón en la mano izquierda del maletilla, que quedó crucificado al mastil de su guitarra. El agredido quedó inmovil con los ojos y la boca absolutamente abiertos y sin poder romper a gritar dejó correr una lágrima de uno de sus ojos que parpadeaba intermitente sin llegar a cerrarse. El otro guitarrista apartó de una patada al muchacho que cayó como un plomo al suelo y arrastrándose salió del escenario buscando auxilio físico y moral. El público conmocionado se mostraba incapaz de alguna reacción. Sudorosos y fatigados volvieron los músicos a batirse definitivamente. La sangre que empezaba a manar de las yemas de los dedos se mezclaba en el suelo con las gotas de sudor que caían desde las barbillas de ambos. A uno de ellos se le salió un nudillo de la piel que no sirvió para templar el ímpetu y la enajenación de ninguno. El rival había visto como uno de sus dedos caía al suelo y otro se plegaba hacia atrás como consecuencia de la fusión de las articulaciones. Para entonces el recital había pasado de esperpéntico a ininteligible, y las cuerdas habían cedido a los agudos ángulos de los huesos que ya asomaban por todas las yemas, cortándolas como cuchillas. Los instrumentos destrozados confundieron por unos segundos a los artistas que en silencio quedaron mirándose. De repente uno de ellos lanzó por los aires la guitarra y enloquecido comenzó a reproducir con su propia voz los sonidos que en su mente imaginaba en los trastes de la guitarra, mientras sujetaba con los muñones ensangrentados la cabeza de su oponente. Éste hizo lo propio clavando sus huesudas manos en el cuello del rival y vomitaba febril de propia voz las escalas que superaban en ingenio y complejidad las del adversario. Y así quedaron enzarzados en una lucha físico-musical que solo terminó cuando exhaustos cayeron sobre un enorme charco de sangre que chorreaba hacia el patio de butacas empapando los zapatos del público petrificado por la magia de la entrega.

Lefakov QsN.

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