Apenas 24h en un rinconcito del parque natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche, me han servido para tener un reencuentro con el origen. Buscándole el dorso esquivo a este progreso falso, pude hallar en Navalandrino la autosuficiencia que ha traído a nuestra especie hasta aquí, pero que hoy sólo es un trampantojo de su idea primitiva.
J. Manuel Gil, serrano bizarro, de tierras del mundo, que guarda con discreción experiencias que quitarían el sueño al urbanita más mundólogo. Por cada pelo de su bigote habría que sacrificar a un político y por cada milímetro libre de pelo en su cabeza, acabar con un millón de mentiras.
Comí de la carne de sus cochinos, paladeé los hongos que brotan de su suelo, bebí la leche de sus cabras, el agua de sus cerros y el vino de su parra. Me quité el frío del cuerpo con leña de sus encinas, y el del alma con su risa y su amistad. Me emocioné hasta los tuétanos con su vuelta al mundo en el Juan Sebastián el Cano, y aprendí; física, matemáticas, filosofía, geografía, historia, civismo y arte... muuuucho arte.
¿Qué sé yo de nada?
Desarmado y con los sentidos hechizados de esa sencillez que cautiva a los cursis de las tascas como yo, sólo podía beber y honrar ese caldo fruto de su ciencia y su trabajo.
Hasta pronto Amigo.
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